lunes, 18 de marzo de 2013

Imagino una guitarra boca arriba, en el medio de un campo.
A unos pocos metros hay un enorme sembradío de trigo con espigas maduras y doradas, meciéndose como si fueran la rubia cabellera de la tierra.La guitarra está quieta, sola, abandonada. De repente hay un viento que crece y hasta asusta. Va aumentando su soplo gigantesco y los trigos se inclinan sumisos apuntando, casi como en una reverencia, al sitio descampado donde la guitarra yace. Y el viento sopla más y más y más. Y comienzan a soltarse de las espigas los granos que la cubren. Y vuelan con una fuerza inusitada llevados por ese huracán inesperado del que nadie es testigo.Y algunas de ellas rebotan impetuosas en las cuerdas de esa guitarra que parecía muerta.Y lo hacen con tanta precisión, con tanto encanto, que del instrumento comienza a surgir una melodía muy suave que agobia de belleza. Y esa música tenue y delicada pero terriblemente poderosa en sus acordes dulces, llega a ser más importante que el sonido furioso de aquél viento.
Y el viento, dominado, vencido por una simple melodía que lo supera y mucho, va aflojando su furia, se vuelve apenas brisa y flota ya sin fuerzas sobre e campo trigueño.
Recién entonces la guitarra calla. Queda allí, nuevamente, muy quieta y boca arriba como antes, quizá esperando ¿Quién puede saberlo? pero el viento ya sabe y la respeta. Se retiró vencido y así queda, por qe si intenta ahora un nuevo ataque todo volverá a darse igual que antes y volverá a perder, igual que siempre.

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